En esencia podemos decir, que el amor es como una moneda: por una cara se representa nuestra capacidad de amar, tal como la hemos desarrollado en nuestra vida; y por otra nuestra necesidad de sentirnos queridos.
Hoy quiero referirme a esta segunda realidad, que está quizás menos desarrollada que la primera, pero que no deja de ser importante ya que nos nos acerca o aleja de la felicidad.
Leí en una ocasión (no recuerdo el autor), que en el amor conyugal cuando una persona se siente querida experimenta dos sensaciones en su interior:
La primera es una sensación de no ser digno ni merecedor de ese amor. Cuando uno se ve sinceramente como es, se pregunta ¿cómo es posible que me quiera tanto?; si tengo !tantos defectos!
Ante esta sensación uno solo puede sentirse agradecido a la persona que le ama y como consecuencia sentirse en deuda con él, o con ella. Es aquí donde surge y se alimenta la segunda sensación:tomar la decisión de corresponder con un amor fiel, entregado, sincero y profundo, capaz de estar a la altura de las circunstancias.
Es precisamente en esa decisión donde crecemos como personas, ya que hacemos que nuestra capacidad de amar aumente y seamos capaces de amar más y mejor y no cabe duda que en ese camino de crecimiento en el amor es donde encontraremos gratuitamente nuestra felicidad.
Como puedes ver, son dos realidades que se alimentan la una a la otra, pero solo una de ellas depende de mí: “la decisión de olvidarme de mí y querer al otro, a la otra con todas mis fuerzas y con todo mi ser”.
El lenguaje del amor es tan rico que siempre encontramos formas nuevas de disfrutar de su belleza. Todo depende de tí, solo de tí. Solo así, sin miedo a querer, a querer con todas mis fuerzas, encontraré la felicidad y esa sensación tan agradable de sentirse querido.
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