Como bien sabemos, el discurrir de la vida matrimonial atraviesa diferentes etapas que presentan sus características y circunstancias concretas. Es una biografía que debemos escribir los protagonistas de la historia de nuestro matrimonio, que somos nosotros: marido y mujer.
Esta biografía se escribe generalmente de forma inconsciente, ya que los avatares de la vida, atención a los niños, trabajo profesional, trabajo doméstico, etc; hacen que prestemos poca atención a lo importante y nos centremos solamente en lo urgente.
Pero ¿qué es lo importante?: Construir la vida conyugal. Prestar atención a mi mujer, a mi marido y trabajar “conscientemente” nuestro matrimonio, dedicarle tiempo. Pero generalmente para esto no nos da la vida y entonces suele suceder que con el paso del tiempo se nos presenta lo que algunos orientadores hemos llamado la “adolescencia matrimonial”.
Esta etapa suele presentarse junto con la adolescencia de nuestros hijos, ya que es un momento en que sus conductas nos despiertan, nos hacen ver que algo esta cambiando, ya no nos hacen caso, no se ríen con nuestros juegos, están huidizos, etc… bueno, lo normal.
En ese momento nos damos cuenta de que es necesario cambiar nuestras conductas y no sabemos que hacer. Nos giramos a nuestro cónyuge buscando soluciones y lo vemos tan desconcertado como nosotros.
Y es entonces, cuando nuestro recorrer por la vida se encuentra a mitad del camino, cuando solemos hacer un análisis de nuestras ambiciones profesionales y sobre todo nuestras ilusiones familiares y probablemente no nos resulten todo lo satisfactorias que nos gustaría.
Aquí es donde se puede producir esa crisis existencial, donde uno se pregunta: ¿dónde estoy? ¿quién soy? ¿qué hago en esta situación? ¿esto es por lo que he estado luchando estos años? ¿qué debo hacer con mi vida? ¿y con mi familia?
Son preguntas similares a las que un adolescente se hace cuando llega a la edad de la adolescencia. Y también son preguntas que cualquier persona se suele hacer en la etapa de la adolescencia de nuestros hijos.
¿Qué hacer entonces?. Generalmente suelen surgir dos respuestas. La primera (la menos inteligente a mi juicio): Decir que esto no ha funcionado, así que voy a tirarlo por la borda, funcionar a mi aire, a vivir y disfrutar de la vida como hacía de soltero.
La segunda (la más inteligente a mi juicio): Volverse al cónyuge y decir: Nos hemos despistado, esto hay que arreglarlo y planificar el futuro para que no vuelva a ocurrir, así que, si te parece bien, nos vamos este fin de semana, solos a París (o al pueblecito más cercano) y allí nos dedicamos a planificar nuestro futuro que es también el de nuestra familia, porque “EL FUTURO ES NUESTRO”
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